CAP
1
Mire con
orgullo el lienzo que estaba postrado ante mí, aun no podía creer que esa
pintura haya sido creada con mis propias manos. Tomé distancia y aprecie la
obra maestra con la cabeza inclinada, luego
con el cuello enderezado y un ojo cerrado y por último desenfocando la imagen
haciendo que los colores se difumen a la perfección.
Mi cuadro presentaba
la figura de una joven envuelta en un sombrío manto rojo grisáceo, inmersa en
la lectura, sobre un sillón bordo, centenares de libros inundaban la habitación
y una luz tenue se escurría entre las cortinas de la ventana.
Lo colgué en el
vestíbulo para poder admirar la bella imagen tanto desde la escalera como desde
la puerta principal.
M e di un baño y me
cambie, antes de ir a cenar me desvié de
mi camino para pasar junto al dibujo. No
puedo negar que esbocé una sonrisa de satisfacción al mirar mi trabajo finalizado.
Es difícil
emocionarse cuando se está solo ya que no se puede compartir el logro con nadie.
Admito que mi soledad
se debía a que yo no había tenido contacto humano hacía mucho tiempo. Desde
hace tres años que no abandonaba la
mansión. Esto se debe a que yo había sido un pintor muy reconocido hasta que el
cinco de julio del 2004 me encargaron una pintura para una familia rica. En la
actualidad gracias a la tecnología y a los nuevos métodos de decoración, los
pintores habíamos sido menos requeridos que en los años anteriores en los que
ya se consideraba la carencia de artistas tradicionales. En fin tarde ocho
meses en terminar el retrato de tan numerosa familia. Tres niñas, cuatro varones,
un hombre y una mujer, todos muy bien vestidos.
Esta situación en la
cual me vi envuelto me llevo a la ruina cuando el matrimonio que había
requerido mis servicios critico mi pintura como un “monumental desastre”. Desde
entonces la poca clientela que tenía me abandonó, los pocos diarios locales que
me conocían me abuchearon y en internet se reían de mí. Así es que vendí mi
computadora, mi televisión, deje de pagar el diario y abandone todos los grupos
sociales a los que pertenecía. Con lo
que ahorre compre todos los papeles, pinceles, acrílicos, oleos, lienzos y
hojas que pude.
Desde entonces estoy
así, vivo en una mansión enorme heredada por mi padre, que a la vez la heredo
de su padre y así sucesivamente, todos ellos fueron artistas muy queridos en
sus tiempos, pero en mi época yo solo
era un vago que hacia garabatos y vivía vendiendo dibujos en la calle.
-¿Qué vamos a comer?
Mi grito resonó por
todo el comedor y eso me izo estremecer al recordarme que tan solo estaba y lo
extraño que era a tal punto en que hablarme a mí mismo en voz alta me hacía sentir
mejor.
Qué era lo que iba a
cenar no era ningún enigma ya que todas las noches era lo mismo: sopa
instantánea, medio pan y un vaso con agua.
Me quede quieto,
absorto en mi mundo, perdido en el
movimiento del líquido en mi copa. Siguiendo con la vista las ondas que se
expandían y chocaban con el borde de vidrio hasta desaparecer.
Al terminar de cenar
me dirigí a la ventana para apreciar la vista panorámica de una ciudad nocturna
examinada desde un tercer piso. Los oscuros edificios resplandecían gracias a
las luces que salían por las ventanas y
los aviones lucían como estrellas que se movían más rápido de lo habitual. Las
personas corrían de un lado al otro con celulares y carteras. Iban deprisa como
si su vida dependiera de eso salían de
bares con rostros culpables y somnolientos.
Todos tenían cosas
que hacer, asuntos que atender, cheques que gastar, gente a quien gritarle y
personas a quien amar. Yo estaba solo con mi arte y aunque eso era reconfortante,
en los momentos en que mi mente se detenía en el mundo real para apreciar lo
que me rodeaba, se daba cuenta de que no había nada.
Los pocos muebles con
los que contaba eran solo otro lienzo para mis pinturas espesas e ideas sin
terminar.
Al ser una casa tan grande era casi imposible
llenarla. Yo compensaba eso con mi desorden que hacía parecer que por lo menos
un tercio de cada habitación estaba en uso.
Muchas otras veces yo
había considerado saltar de aquella ventana en la que estaba sentado, pero era
imposible pensar en abandonar mis dibujos y nada me haría cambiar de opinión.
En fin, lo único que
me mantenía vivo eran mis obras. Yo era su creador y ellas jamás habrían podido
sobrevivir en un planeta lleno de personas falsas, ingenuas y ciegas. Yo debía
cuidar de ellas.
Suspire y salí del
comedor rumbo a las escaleras. Una visión del rostro de mi padre me hiso detenerme
con brusquedad. Me aferré con fuerza a la baranda en la que estaba sostenido,
haciendo que el mármol de la misma me helara la palma de la mano y que la
sensación de frio subiera por mi brazo hasta la espalda. Donde se convirtió en
un leve escalofrío que se desvaneció dejando una sensación de frescura en todo
mi cuerpo.
No tenía por qué
alarmarme. Era tan solo una fotografía de mi infancia en la que yo estaba
aprendiendo a andar en bicicleta acompañado de mis padres.
Mi figura paterna no
había sido muy alentadora en el transcurso de mi vida. Lo único que era bueno
haciendo, aparte de ser mantenido por mi madre,
era gritarme y yo podía notar lo mucho que lo disfrutaba.
Emilio no era un
hombre muy pintoresco ni tampoco honesto. El había convencido a mi mamá de que
se casara con él. Pero yo no la culpo, ella estaba devastada luego de la muerte
de su primer marido.
Nunca supe si mi
verdadero papá había sido mejor que Emilio, ya que él falleció cuando yo solo tenía
tres años de edad. Pero nadie puede ser peor persona que el hombre que mi madre
escogió para su segundo matrimonio.
Sin más preámbulos aparte
mi vista del marco y seguí caminando hasta llegar a mi habitación. Saque los
papeles que yacían en mi cama y me envolví en mis sábanas para poder dormir y
comenzar luego un nuevo y triste día.
CAP 2
La luz que se
infiltraba por las cortinas ardía en contacto con mi piel. Me escabullí entre
los pliegues de mi cama y me deslice por entre las frazadas hasta caer
suavemente en el suelo, sin ganas de levantarme estire la mano hacia mis zapatos,
me calcé y me puse de pie.
Mi desayuno fue
simplemente una tostada y un vaso de leche fría. Al salir a la calle, suspiré
profundamente sintiendo como el aroma del café se infiltraba por mis fosas
nasales, hasta desaparecer y dejar en su lugar un sabor amargo en mi boca. El
ruido de las persianas abriéndose junto con el clima de sueño representado en
las caras somnolientas de las personas que caminaban por la calle indicaba que
eran las seis de la mañana.
Tomé el tren de las siete y cuarto, mirando a todos sus pasajeros con
desconfianza. Estaba dispuesto a atacar a cualquiera que quisiera robar mi
mochila, ya que contenía una valiosa cantidad de papeles y lápices, pero una
persona común no lo comprendería, solo vería
un bolso y supondría que tendría dinero u objetos costosos y una vez que viera en realidad su
contenido lo abandonaría en el suelo o algo por el estilo. Así que yo estaba
atento a todo, listo para reaccionar ante cualquier cosa. Hasta que algo
sucedió, algo que afectó mi concentración.
Una muchacha subió al vagón. Sus
ojos eran tan azules y brillantes como un zafiro, su cabello marrón claro como la canela, sus labios eran
rojos al igual que su blusa.
Mi corazón se aceleró hasta el punto en que sentí que mi pecho ya no
podía contenerlo, mis manos sudaban
dificultándome sujetar mi mochila. Las ganas de retratarla eran incontenibles,
traté de contenerme todo lo que pude pero ella era tan hermosa que me fue imposible.
Comencé a seguir el contorno de su figura con la vista, como si pudiera
dejar una línea de grafito a su alrededor. Posé mis ojos sobre sus brazos esbeltos
y delicados, su pequeña espalda que terminaba en refinadas caderas, sus largas
piernas, y sus pies que daban fin a una gran obra de arte.
Rogué porque ella bajara en la misma estación que yo, para poder
admirarla aunque sea por un minuto más.
Al final terminé bajando solo, recordando la mirada de aquella chica que
me robó el aliento. Cada paso sumaba más sensaciones a mis recuerdos: su aroma,
sus gestos, su mirada perdida.
No sabía exactamente que sentía pero algo de lo que estaba seguro era que moría de ganas de volverla a ver.
Continué caminando absorto en mis pensamientos hasta que noté que ya
había llegado a la plaza. Me senté en el borde de la fuente en la que vendía
mis dibujos todas las mañanas y coloque un cartel en el piso que decía: “un retrato
$20”.
Como era de esperarse a pesar de
la gran cantidad de gente que me rodeaba, mis ventas no superaron el record de
tres clientes por día. Tengo que admitir que a pesar de no ser un buen negocio,
me encantaba quedarme a mirar a las personas y retratarlas por placer.
Ya eran las cuatro de la tarde. Estire mis piernas entumecidas luego de
estar casi siete oras en la misma posición y observé el trabajo que había
finalizado.
En él se encontraba plasmada la imagen de unos niños jugando rodeados de
basura, palomas y vendedores ambulantes. Me encantaba la idea de que esos
chicos ignoraran el horrible entorno que los rodeaba y tuvieran la capacidad de
ver un mundo imaginario creado por su creatividad, en el que podían jugar a ser
súper héroes, astronautas o lo que ellos quisieran.
Al volver a casa miraba para todos lados tratando de encontrar a la
muchacha de cabello castaño. Pero a pesar de todo lo que busqué tuve que viajar
solo.
Pasaron los días y yo seguía esperanzado, soñaba con volver a ver a esa
chica tan preciosa que había logrado ser el centro de atención de mi mente por
el resto de la semana. Luego de unos días cuando la euforia ya había pasado, me
resigné a que no volvería a verla y si lo hiciera no la reconocería. Pero me
equivoqué.
Dos meses después, mientras cumplía con mi rutina, acurrucado en un
asiento del anteúltimo vagón, distinguí una silueta que atrajo mi vista. Esta
vez su cabello era más corto pero aún así no podía confundirla con alguien más,
era ella. Tan deslumbrante como la última vez.
Era ese el rostro que había formado parte de los primeros planos de
muchas de mis obras, era esa la sonrisa perdida que yo recordaba las noches en
las que me sentía más solo de lo habitual.
Estaba dispuesto a decirle algo, no quería volver a perderla sin antes
oír su voz, esa que yo tantas veces
había tratado de imaginar.
Pero cuando me quise dar cuenta ya estaba fuera de la estación caminando
hacia el parque. Me odié todo el camino por haber arruinado una oportunidad tan
especial, ya que no sabía cuando nos volveríamos a encontrar, pero hoy la había
visto y eso era suficiente.
Ya en la plaza me senté en mi posición habitual y me puse a retratar el
día, luego de un rato sentí un escalofrío en la espalda, volteé la mirada lentamente.
Unos ojos verdes me miraban a centímetros de distancia.
-Creo que es más naranja-dijo la muchacha.
Su cabello era negro, casi azabache y tenía dos mechones de color
esmeralda, uno a cada lado de la cara. Su vestimenta era extraña considerando
las bajas temperaturas ya que llevaba puesto un vestido blanco rayado que le
llegaba a las rodillas.
Sus enormes ojos estaban clavados en mi boceto.
-¿Perdón?-respondí con expresión confusa.
Señaló la hoja, y ahí fue cuando me di cuenta de que el cielo que yo
había pintado era demasiado gris como para ser el mismo que se encontraba
frente a mí, que era mucho más anaranjado.
-Ah, gracias.
Continué pintando pero ella seguía con el mentón por encima de mi
hombro, mirándome.
-Mel-dijo sonriendo y estrechando mi mano-Bueno en realidad me llamo Melisa
pero me gusta el diminutivo Mel.
-Iván-respondí encogiéndome de hombros y mirando el piso. No estaba
acostumbrado a presentarme.
-Me gusta tu dibujo.
-Gracias ¿Te gusta dibujar?
-No, no mucho.
Su sonrisa se desvaneció y bajó la vista. Su mirada se clavó en un punto
que no pude identificar pero de pronto se volvió hacia mí y prosiguió.
No creo que eso valga veinte pesos-comprendió lo que había dicho y
agregó-No me mal entiendas, me encanta, quise decir que creo que vale más.
-Gracias, sos una de las pocas
personas que alaga mis dibujo, a veces ni siquiera mis clientes son tan atentos
con migo.
Hubo un pequeño silencio.
-¿Qué haces acá?-Vio mi expresión de confusión y aclaró-Hablo de que
alguien que dibuja así no debería estar vendiendo su arte a dos monedas.
Acentuó la palabra “arte”, me sonrojé con solo pensar que a alguien le
pudieran gustar tanto mis garabatos como para llamarlos así.
No estaba seguro de querer seguir la conversación, no quería dar
demasiada información sobre mí. Después de todo ella era una completa extraña.
Pero había algo en su gesto sincero que la hacía parecer confiable.
Antes vendía mi…-no quería utilizar la palabra que ella utilizó para
referirse a mis dibujos así que empleé un término más parcial-mis obras a un
precio más razonable hasta que me abuchearon y caí en la depresión.
Ah- Su mirada seguía concentrada en el papel que estaba sobre mis
piernas. Ignorando completamente lo que yo acababa de decir, preguntó -¿Te
importa?
Señaló la hoja y yo, comprendiendo a lo que se refería, asentí con la
cabeza. Tomó mi lápiz y se puso a dibujar sobre mi paisaje.
Mi corazón se detuvo cuando vi las torpes líneas chuecas que trazaba. Me
contuve y me dije a mí mismo que no importaba, que era solo un simple dibujo.
Pero para mi sorpresa, cuando terminó había dibujado la fuente en la que
estábamos sentados, y no estaba nada mal.
-Creí que no te gustaba dibujar- dije al tiempo en que recuperaba mi
lápiz.
-No me gusta.
En seguida sacó veinte pesos de su bolsillo y me pidió que la retratara.
Se alejó, para darme espacio, y se sentó mirando al frente con la mirada
perdida. Me llamó la atención lo quieta que se quedó.
Cuando finalicé el trabajo se lo entregué y vi como se ampliaba la
sonrisa de su cara.
-Me encanta, gracias.
Tuvimos un momento de silencio, que fue muy incomodo. Recién me estaba
acostumbrando a ser agradecido y alagado.
-¿Cuántos compradores tenés por día?-preguntó con interés.
-Dos o tres.
Respondí con mala gana, ella lo notó y se rió disimuladamente, bajé la mirada
y enrojecí del enojo. Detestaba contar
mis fracasos.
-Se ve que a la gente no le gusta lo que hago.
-Yo creo que es porque no te haces mucha publicidad.
Me sonrió y guiñó un ojo. Se
levantó y fue hacia un grupo de jóvenes, dijo algunas palabras que no llegué a
escuchar y luego uno de ellos se acercó con ella.
-Veamos que tan bien dibujás- El muchacho puso el billete en mis manos y
me miró con actitud desafiante.
Hice lo mejor que pude para demostrarle lo que yo era capaz de hacer.
Fue difícil ya que Melisa estaba a mi lado mirando cada uno de mis movimientos,
poniéndome más nervioso de lo que ya estaba.
-Listo.
El chico se acercó para ver, se cruzó de brazos y asintió con la cabeza,
tomó la hoja y se marchó después de dedicarle una sonrisa a Mel.
Me giré hacia ella intrigado.
-¿Qué les dijiste?
- Les conté lo que hacías, pregunté si alguno le gustaba dibujar y él
levantó la mano, apostamos veinte pesos a que eras mejor y ganaste.
Me ruboricé.
Ella se sentó más cerca de mí y se puso a mirar a la gente. Señaló a una
pareja joven que estaba sentada en una banca.
-Ahí-me miró y agregó- Nuestra siguiente presa.
Se acercó a ellos caminando, aunque con tanta gracia y delicadeza que
parecía que bailaba. Noté que no solo tenía dos mechones de pelo verdes cerca de la cara sino que tenía otro par en la
parte posterior de la cabeza.
Al igual que la última vez les dijo algo. Traté de leer sus labios pero
hablaba demasiado rápido.
Dos minutos después los tres venían hacia mí.
-Marta y José-anunció pronunciando cada letra cuidadosamente para no
equivocarse.
El hombre puso un billete a mi lado y abrazó a su mujer.
Traté de dibujar lo más rápido que pude. Mis líneas eran confusas pero
pude captar bien los rasgos de ambos.
Se lo entregué a José quien lo agradeció amablemente y se retiró con su
novia.
-¿Supongo que eso es todo?-pregunté.
-No voy a parar hasta que rompas tu record-dijo con tono firme, luego se
encogió de hombros y preguntó con un tono más sumiso-Solo falta uno… ¿Vas a poder?
Asentí con la cabeza.
Solo la conocía desde hace sesenta minutos y ya me había dado la fuerza
para hacer algo diferente con mi día.
Nuestra última víctima fue una turista que estaba muy emocionada y lo
estuvo aun más cuando recibió el resultado.
Mel y yo estuvimos unos buenos ratos sentados en la fuente charlando.
Cuando caímos en la cuenta de que la tarde había muerto y los faroles del
parque se abrían paso en la oscuridad.
Fuimos juntos hasta la estación y
más tarde nos dimos cuenta de que ambos tomamos el mismo tren.
El viaje fue silencioso. Nos sentamos uno en frente del otro, ya que
ninguno quería perderse la vista de la deslumbrante ciudad de noche y cómo los autos
dejaban una estela de luz en el asfalto
húmedo al pasar.
A pesar de la belleza del paisaje no pude evitar mirar de reojo a la
chica que se sentaba en frente mío. Ella hizo en un día lo que muchos psicólogos
trataron de hacer con migo en toda mi infancia: charlar con migo, hacerme
romper la rutina, romper un record, hacerme reír e interesarme en la vida de
otra persona.
Me contó que estaba estudiando teatro en una gran universidad y que se
acababa de mudar al centro ya que estaba más cerca de sus estudios.
Llegamos a la parada en la que yo
debía bajarme.
Nos miramos un buen rato.
-Nos vemos mañana-dijo
Me había contado que estudiaba los lunes, miércoles y jueves. Así que me
alegraba que hoy fuera viernes.
De camino a casa, seguía soñando
despierto. No podía dejar de pensar en que esa extraña con la que me topé me
cambió el día y que seguramente lo haría de nuevo.
CAP 3
Me levante con un salto de la cama y tomé mi desayuno rápidamente, me cambié y salí a la calle.
Acordamos tomar el tren de las siete y cuarto para poder charlar en el
camino.
Al subir lo primero que hice fue buscarla con la mirada. Ahí estaba, sus
ojos verdes brillaban en el tétrico ambiente gris. La saludé con la mano,
tratando de no parecer desesperado. En cuanto me vio se enderezó en el asiento
y se corrió de la ventanilla. Me había guardado un asiento.
-El vagón está repleto ¿No te dijeron nada por haber ocupado dos
lugares?- mi voz sonaba preocupada pero algo dormida.
Me miró por un segundo, sonrió mostrando así todos sus dientes y
bostezó.
-La mayoría simplemente me miraba
o incluso hacían ruidos para que me diera cuenta lo que estaba
haciendo y otros me pateaban
disimuladamente- torció el gesto e hizo comillas al pronunciar esta última
palabra-Pero fueron solo unas estaciones- añadió para tranquilizarme.
El resto del viaje me contó acerca de su infancia. Había crecido en las
afueras de la ciudad pero cuando terminó la secundaria empezó a estudiar en el
centro y un día decidió que se mudaría cerca de sus estudios y conseguiría un
empleo. Así lo hizo. Ahora es mesera en
un restaurant y lo hace los días que tiene clases así puede ir a trabajar
apenas sale de la universidad.
Al llegar al parque nos pusimos a inspeccionar a la gente que pasaba.
Esa mañana tuvimos cinco clientes: una pareja de ancianos que pagó
individualmente por un mismo dibujo, una mujer y dos chicas. Todos llamados por
Melisa.
Cuando la plaza se empezó a vaciar nos fuimos a caminar y después a
tomar un café. Era increíble lo rápido que pasaba el día.
Como siempre hacía mucho frío, pero esta vez Mel llevaba puesto un sobretodo
negro aunque aún así se veía bastante
desabrigada, pero no lo comenté.
Camino a la estación nos la pasamos hablando del clima y en el tren, a
diferencia de la noche anterior, la conversación continuó.
-Estuve todo el día hablando de mí, pero no sé nada de voz-dijo con un
tono de culpa e intriga.
-No creo que quieras escuchar sobre mi vida.
-Estás muy equivocado.
Comencé por lo más fácil: primero le conté sobre los tres años que pasé
aislado del mundo, luego e conté donde y como vivía, y por último mi fracaso
como pintor. Por suerte desvié el teme de conversación hacia el estado de los museos
de arte y como habían decaído.
Antes de que se diera cuente de la astuta manera con la que evadí la
charla, había llegado a mi estación.
-¿Nos vemos mañana?-por alguna razón
me encantaba la idea de vernos más seguido.
-No, perdón mañana voy con unos amigos a ver una obra de teatro.
-Está bien, entonces será el martes.
Traté de que mi voz no reflejara toda la desilusión que sentía. Pero no
terminé la oración cuando me interrumpió.
-Al menos que quieras venir.
La palabra “no” estaba a punto de salir de mi boca cuando vi su extraña
sonrisa, que desde mi punto de vista era como una invitación. Rendido asentí
con la cabeza.
-Bien-su rostro se iluminó-Tomá el tren de las ocho de la noche así te
guío.
La saludé y me fui.
De regreso a casa estaba tratando de convencerme de que haber aceptado
era una buena idea, pero no pude ya que no estaríamos solos y eso me ponía
nervioso. La simple idea de tener que socializar con un amplio grupo de
personas me inquietaba.
A la mañana siguiente, en el parque todo estaba muy vacío. Las personas
escaseaban, los ruidos del tráfico eran casi inexistentes y a mi lado había un
espacio para llenar. Que solo ella podía llenar. Dos días fue todo lo que pasé
con ella y ya me hacía falta.
La tarde tardó en disiparse y la noche trajo consigo una fuerte brisa.
Caminé o mejor dicho troté a casa para cambiarme. Me puse un saco negro,
una camiseta blanca y un jean.
Quería ser puntual así que llegue a la estación un poco antes de lo
previsto. Aguardé al tren unos quince minutos, que parecieron ser horas.
Cuando nos vimos agité la mano
eufóricamente al saludar y creo que mi entusiasmo fue muy evidente porque ella
se sorprendió.
-Para que sepas es la primera vez que te veo sonreír.
-No acostumbro hacerlo.
Mi cara se puso roja cuando sentí sus manos en mis mejillas. Inspeccionó
mi cara como si tratara de descifrar algún secreto en ella. Sus dedos presionaron
mi rostro y se movieron hacia arriba formando una extraña sonrisa artificial.
-Ves, es fácil.
Supongo que noto que su contacto me ponía incómodo, porque en seguida retrocedió bruscamente y se
corrió un mechón de la cara disimulando su tosco movimiento.
Fui el primero en romper con el incómodo silencio.
-Entonces… ¿Cuántas personas van a ir?
- ¿A parte de nosotros?
La pregunta era tan obvia como la respuesta. Ambos la ignoramos y
proseguimos.
-Son unos cinco chicos.
-¡¿Chicos?!
No podía creer que ella fuera la única mujer del grupo.
-Es una manera de decir-puso su mano en mi hombro al notar como salte de
mi asiento- Son tres chicas y dos varones.
Suspiré profundamente. Ese comentario me había tranquilizado.
Al notar mi drástico cambio de ánimo se rió disimuladamente.
-Ya llegamos
La estación era bellísima, muy pocas veces había pasado por acá y no le
había prestado atención a la hermosa arquitectura que mezclaba un estilo
antiguo de sencillas figuras abstractas plasmadas en las paredes y un complejo
sistema de modernas lámparas colgantes que ambientaban todo con un tono marrón
y dorado. Unas columnas de mármol indicaban el centro de la terminal, estaban
dispuestos en un círculo con un gran espacio
entre poste y poste, y dentro de esta gran circunferencia se encontraba una
enorme fuente.
Salimos a un horrible túnel gris, en malas condiciones, que parecía no
terminar jamás. Caminamos unas catorce cuadras y al llegar al teatro nos encontramos con un numeroso grupo de
jóvenes. Nos acercamos y saludamos.
Un chico moreno, un poco más bajo que yo, dio un paso al frente y
comenzó a señalar.
-Hola me llamo Cristian ellos son Andrea, Patricia, Marcos y Naiara.
Allí fue cuando me volteé hacia el resto del grupo que estaba siendo
presentado y la vi. Era la muchacha de cabello castaño, la que Cristian había
señalado como Andrea. La había visto por última vez hacia dos días, pero nunca
había estado tan cerca de mí.
-¿Cuál es tu nombre?-preguntó Marcos,
era un poco más alto que el morocho solo que él era rubio de ojos celestes.
Pero yo seguía atónito por tener tal belleza ante mis ojos. Melisa notó
mi expresión ausente y respondió por mí.
-El es Iván, un amigo.
Me codeó un par de veces para que reaccionara pero me costó volver de mi
hipnotismo.
-Si si, soy Iván-balbuceé.
Andrea lanzó una pequeña risita y
mi corazón se aceleró. Había soñado muchas veces con escuchar su risa y ahora
ya lo había logrado.
Entramos al teatro y yo comencé a sacar mi billetera. Había tomado todo
lo que tenía que aunque no era mucho, sería suficiente para una entrada. Melisa
puso su mano en la mía impidiéndome
sacar la plata.
-No hace falta, la función es gratis para nosotros porque somos
estudiantes de la universidad central de arte dramático.
-Pero yo no.
-Pero ellos no lo saben.
La acompañé a la boletería donde con solo mostrar un certificado le
entregaron siete entradas.
Nos acercábamos a las butacas cuando se inclinó hacia mí y me susurró al
oído.
-El director de la escuela tiene muchos contactos y por eso tenemos
beneficios en todas las obras que el haya ayudado a financiar.
Yo la mire sorprendido.
-Te lo comento porque noté tu
cara de intriga y culpabilidad cuando nos dejaron pasar sin pagar.
-Gracias.
La obra fue fantástica, era una comedia sobre dos hermanos que trataban
de llevar adelante el negocio de su difunto padre y terminan pasando cosas muy
graciosas.
Pero el espectáculo no fue lo más
interesante de la noche, ya que durante los intervalos tuve la oportunidad de
charlar con Andrea. Admito que no fue una conversación muy interesante ya que
yo me puse muy nervioso y ella solo hablaba de la música moderna de la cual yo
no tenía conocimiento alguno. Pero pude deleitar mis oídos con el dulce sonido
de su voz, era dulce y suave, no solía enfatizar las palabras elevando el tono
sino diciéndolas con más claridad a diferencia de Melisa que tenía un tono más
grave y potente.
Luego paseamos por la avenida hasta que nos fuimos dispersando poco a
poco, cada uno se fue por su cuenta y al final solo quedamos Mel y yo.
De camino a la terminal de trenes nos la pasamos dando nuestra opinión
sobre la función y a pesar de que nuestros comentarios eran coherentes, ninguno estaba prestando atención a lo que decía.
Al subir al vagón todo se tornó oscuro y silencioso. La vos metálica que
salía de los parlantes indicó que había un pequeño problema técnico y aconsejó
no bajar del vehículo ya que el asunto se resolvería en cuestión de minutos.
Al escuchar esto Melisa se tranquilizó porque se encontraba aferrada a
mi brazo, clavando sus uñas a través de mi saco. Cuando me soltó sentí como
volvía a circular la sangre a través de mis venas.
-Perdón, el corte de luz fue muy repentino-murmuró avergonzada.
-Está bien.
-Iván-Dijo con apenas un hilo de voz y un tono melancólico.
-¿Si?
-¿Ya la conocías?
La miré desconcertado tratando de entender lo que trataba de decir.
Luego comprendí.
-No.
-¿Pero ya la habías visto?
-Un par de veces ¿Por qué?
-Por la manera en que la miraste, estabas sorprendido pero a la vez
familiarizado con la figura que admirabas.
No respondí, me limité a encogerme de
hombros y sentirme vulnerable.
-Se nota que te gusta.
Mi cara se puso roja y mis manos comenzaron a temblar.
-Puedo ayudarte, conozco a Andrea y puedo contarte que cosas le gustan
o darte consejos.
-No gracias.
Nuestras cabezas chocaron cuando el tren reanudo la marcha. Me acomodé
en mi asiento y froté mi adolorido cráneo tratando de disminuir el dolor.
Las luces se encendieron y el silenció se llenó con los ruidos del
estrepitoso motor. Eso aligeró un poco la atmósfera que hasta el momento se encontraba
muy tensa.
-¿Mel, puedo hacerte una pregunta?
-Si
-¿Por qué confiás en mí?
-No entiendo.
-Me conociste hace tres días y ya me presentaste a tus amigos,
querés ayudarme a hablar con una chica,
cuando yo solo soy un chico del cual no sabes nada.
-Pero me contaste cosas sobre vos.
-Sí pero cómo sabés que no te mentí.
-Nunca harías eso.
-¿Cómo es que estas tan segura, ni siquiera me conocés?-le grité
Se quedó sin palabras. Por un momento creí haber sido muy duro con ella,
pero luego me pregunté a mi mismo cómo es que nunca se le cruzó por la mente.
-Para tu información sos la persona más confiable que conozco.
- Lo cual habla muy mal de tus relaciones sociales.
- Hay personas que conozco hace muchos años y jamás confiaría en
contarles cosas que a vos si te dije.
-Eso no tiene sentido y no es un argumento válido.
Ella desvió la mirada y se cruzó de brazos, y yo suspiré hondo tratando
de calmarme. No podía creer que fuera tan terca. Nada de lo que decía tenía
sentido y eso me enfurecía.
De repente se dio vuelta hacia mí sonriendo como si nada hubiera pasado.
-¿Te puedo pedir un favor?
-¿Es un chiste?
-No, hablo en serio-dijo con tono firme
-No
-¿Qué?
-Me preguntaste si me podías pedir
un favor y mi respuesta es no.
-Ni siquiera sabes lo que te voy a pedir.
-Y no me interesa.
Me paré dándole la espalda y me acerque a la puerta para bajar del tren.
Por suerte habíamos llegado a mi estación.
-Nos vemos mañana-dijo con vos áspera e inexpresiva.
No dije nada y me fui. Mientras más me alejaba más furioso me sentía. Por
qué no admitía que yo tenía la razón y por qué tuvo que cambiar el tema tan
repentinamente, me enojó mucho que evadiera la conversación.
Pero al llegar a casa mi pensamiento había cambiado. Era su problema si
decidía confiar en mí, y no era la única que había evadido una charla ya que yo
lo había hecho muchas veces y en este momento moría de ganas de disculparme
pero debía esperar hasta mañana y rogar que me haya perdonado.
Dormir fue casi imposible pensaba en la conversación que tuve con Melisa
sobre Andrea. Quizás debí haber aceptado su propuesta de ayuda, esperaba que Andrea
no haya notado la extraña manera con la que la miré. Muchas cosas pasaban por
mi mente y me sentí muy solo.
Jamás me había pasado. Sobreviví tres años aislado del mundo, por tres
años la única persona que vi fue a la cajera del supermercado que luego de unos
encuentros entendió que cuando yo llegaba a la caja no debía mirarme a los ojos
ni tratar de conversar, solo cobrar mis productos y entregármelos.
Pero en este momento añoraba una voz amiga, alguien que estuviera ahí para escucharme., pero era
difícil encontrar una persona confiable considerando las pocas personas que conocía.
Pero había alguien, una extraña muchacha de cabello azabache y
esmeralda que había confiado en mí y eso
era algo que yo debía valorar.
CAP 4
Ahí estaba yo. Puntual como siempre, aguardando con impaciencia el tren
de las siete y cuarto. Apenas se abrieron sus puertas empecé a buscarla.
Ubicarla no iba a costar mucho, solo debía hallar un par de ojos verdes en un
océano gris. Comencé a desesperarme y luego caí en la cuenta de que no había venido.
No había asientos así que simplemente me apoyé en la pared y me sumergí
en mis pensamientos.
-Hola.
Su voz me llenó de alegría. Volteé y sonreí.
-¡Viniste!
-Sí, hoy es lunes voy a estudiar- añadió, calmando mi euforia.
-Cierto
Noté algo de resentimiento en su voz, pero no estaba tan enojada como anoche.
-Mel, te debo una disculpa.
-Sí, creo que sí-dijo con tono firme y serio.
-Ayer te hablé muy mal y te critiqué. Perdón.
En seguida sonrió.
-Está bien, no importa.
- ¿Qué era lo que me querías pedir ayer?
Me miró intrigada, tratando de recordar.
-Ah, sí. Quería pedirte…que…que me enseñes a dibujar.
Me quedé asombrado. No esperaba que dijera eso, pero era lo menos que
podía hacer por ella.
-Está bien, no hay problema.
-Tengo un descanso en el trabajo a las ocho así que si querés podés ir y
charlamos.
Su sonrisa se hacía cada vez más grande.
-Me encantaría.
Continuamos charlando sobre ayer. La obra, el grupo y la discusión. Pero en ningún momento
hablamos sobre Andrea.
Al bajar del vagón nos despedimos y cada uno tomó su camino.
El día en la plaza fue interesante. Tuve cuatro clientes y uno de ellos
preguntó por Melisa. Dijo que la había visto la última vez, pensó que trabajaba
con migo y le mandó saludos.
En fin, estaba de buen humor.
Al caer la noche un manto de tranquilidad cubrió la ciudad. Mi camino
fue guiado por las farolas de la calle y el enorme cartel de” Richo´s” me indicó
que ya había llegado a destino. El lugar era fantástico, todo tenía una tonalidad roja y dorada. Dos
enormes ventanales daban a la vereda y unas relucientes arañas colgaban del
techo.
-¿Desea una mesa, caballero?
Un hombre, bastante bajo y vestido de traje, me indicaba las únicas dos
mesas libres que quedaban. Escogí la que estaba contra la pared porque me
pareció más indicado estar lejos de las ventanas, ya que la gente que caminaba
se detenía a observar y eso me parecía muy incómodo.
Me senté y observé el menú. Casi me da un ataque cuando vi los precios,
así que lo cerré, respiré profundo y ordené.
-Un vaso de agua por favor.
Mel había dicho que su descanso empezaba a las ocho así que la esperé
unos veinte minutos hasta que llegó. Llevaba puesto un vestido rosa y medias
negras lo que hacía resaltar mucho el delantal dorado. Corrió hacia mí y se
tiró torpemente en el asiento.
-Hay, gracias por venir-dijo aún
agitada.
-Te dije que iba a venir y vos fuiste la que afirmó confiar en mí.
-Plenamente-agregó con una sonrisa malévola.
Dirigió su mirada a mi copa y negó con la cabeza.
-No escatimes en gastos.
Alzó la mano y le hizo unos gestos a la camarera que estaba cerca de
nosotros. Le pidió dos platos de ravioles
con salsa blanca y dos vasos de coca cola. Sinceramente eso se oía riquísimo
pero no estaba en condiciones de pagar todo eso, pero antes de que pudiera decir
algo levantó un dedo para detenerme.
-Antes de que digas algo dejame contarte de que tengo un buen descuento
acá, todo es cortesía de la casa.
-¿Cómo es que siempre conseguís cosas gratis?
-Tengo contactos-dijo inclinándose sobre la mesa para parecer más
misteriosa.
Se enderezó y tomó mi mano, lo que hizo que me ruborizara.
-Muy bien –prosiguió- Pero no estamos acá para hablar de eso, estamos
acá para hablar de Andrea.
Me quedé helado no habíamos tocado el tema desde la discusión, por poco
olvido que ella lo sabía.
-¿Entonces vas a aceptar mi propuesta de ayuda? No es que te esté
obligando a recibir mis concejos, solo que yo soy una chica y ella es mi amiga,
supongo que deberías aprovechar eso.
Tenía razón, pero aún así no estaba seguro de lo que sentía por Andrea.
-Preferiría dejar ese tema para el final.
Supongo que comprendió que no estaba listo para hablar de eso ahora,
porque enseguida continuó charlando de otra cosa.
-¿Cómo te fue hoy en el parque?
En ese momento llegó nuestra comida. El dulce aroma de la pasta se
infiltró por mis fosas nasales, y sentí cómo mi estómago rugía. Hacía meses que
no comía este tipo de comida. Tomé un
bocado y seguí charlando.
-Bien, alguien preguntó por vos.
-¿En serio?
-Sí, preguntaron ¿Está la chica rara de pelo verde?
-Suena como alguien me describiría-analizó con tono divertido mientras
examinaba con cautela un pedazo de pan que luego comió.
Una voz la llamó desde la cocina. Esa era la señal de que la cena había
finalizado al igual que su descanso.
Me miró con tristeza y culpa.
-Perdón el tiempo pasó muy rápido.
-Está bien no hay problema.
Le agradecí por la comida. Ambos nos levantamos y fuimos para
direcciones opuestas. Salí del restaurant pero decidí quedarme en la puerta
para esperarla.
Dos horas después salió con la mirada perdida y la mente en otra parte.
Comenzó a caminar ignorando que yo estaba ahí, pero cuando advirtió mi presencia
la alegría cruzó su rostro.
-¿Qué haces acá?
-Te debo el último tema.
Le sonreí y tomé su mano. Dimos vueltas casi dos horas hablando de cosas
si sentido. Si bien le aseguré que estaba listo para hablar sobre eso ella notó
que no era el momento ni la ocasión.
-Me encanta tu uniforme.
Se ruborizó y se tapó la cara.
-Sí, el color fue idea de mi jefe- dijo avergonzada.
-Obviamente, en el trabajo siempre hay que usar colores discretos-bromeé
sarcásticamente.
Reímos un rato, lo cual me
sorprendió ya que era un chiste bastante malo, a continuación un silencio
incomodo inundó el momento.
-Le gusta cocinar y es bastante tímida.
Bajé la mirada.
-No quiero hablar de eso.
Ni siquiera estaba mirándome, me daba la espalda y susurraba cosas, pude
identificar algunas palabras pero otras eran demasiado confusas como para
comprender. Parecía que no me estaba escuchando porque a pesar de lo que le
decía ella continuaba murmurando.
-Le gusta la primavera aunque no por las plantas.
-Mel, ahora no.
-No le gustan las pastas.
-¡Mel!
La tomé por los hombros para verla
a los ojos, los míos expresaban furia pero los de ella melancolía. Nuestros
rostros estaban a centímetros, pude sentir su respiración y notar cómo se iba
calmando Mantuvimos esta posición unos minutos hasta que la solté.
-Perdón.
- Estás nervioso ¿Por lo menos sabés si te gusta?
-No.
-¿Entonces?
-No sé-admití con desgano.
Caí en la cuenta de que había muchos aspectos de mi vida de los cuales
no estaba seguro y Andrea era uno de ellos.
Fuimos hasta la estación sin decir una palabra. De vez en cuando nos
mirábamos pero no decíamos nada. Me sentía perdido, en todo sentido.
El viaje en el tren fue extraño, era como si ambos quisiéramos decir
algo pero ninguno se animara. Hasta que ella lo hizo.
-Gracias por ir al restaurant
hoy.
-No hay problema.
Noté que había sinceridad en su vos al igual que en su mirada.
-Nos vemos mañana-dijo con un hilo de voz.
CAP 5
Hacía frío y mis parpados se caían por el sueño, el viento era seco y
respirar se dificultaba. Todas las mañanas pasaba lo mismo pero no me
preocupaba, lo único que esperaba era que el tren no se retrasara y no lo
hizo. Las puertas se abrieron dejando
salir a sus pasajeros, entré y me senté a su lado. Esta vez llevaba puesto un
vestido verde que realzaba su pelo negro.
No estaba seguro de por qué, pero había algo en su cara que me llamaba
la atención.
-¿Por qué estas tan feliz?
-¿No puedo estarlo?-Dijo con una sonrisa pícara.
Noté que algo extraño estaba pasando ya que se encontraba muy callada.
Pasaron un par de estaciones hasta que
escuché la voz.
-¡Melisa!
Para cuando me di cuenta Andrea se había sentado en frente nuestro y se
había dado vuelta para hablar con ella. Al principio hablaron sobre sus clases,
profesores y compañeros. Traté de no llamar mucho la atención, había notado que
no era parte de la conversación. Después Mel trató de incluirme en la charla hablando
de la obra del otro día.
Mi mirada iracunda se cruzó con la suya, se encogió de hombros y sonrió
No veía la hora de bajar y me alegró mucho ver por fin el cartel que
indicaba que debía bajarme.
-Bueno que lástima pero ya tenemos que bajar.
Me paré y le hice señas a Mel para que me siguiera, ella se levanto
lentamente para alargar su conversación pero yo la tomé del brazo y la conduje
hacia afuera.
-¿Por qué hiciste eso?-preguntó cuando la solté.
-Yo estaba a punto de preguntarte lo mismo.
Mi tono de voz era más alto de lo habitual y mucho más serio.
-Ayer dijiste que no estabas seguro de lo que sentías por Andrea así que
pensé que si pasabas más tiempo con ella podrías averiguarlo.
-Mel, una cosa es dar consejos y otra totalmente diferente es meterse en
mi vida. Yo decido cuándo, cómo y dónde hablarle.
No dijo nada se limitó a ignorarme y seguir caminando.
Llegamos a la plaza y nos sentamos en la fuente a observar peatones.
Ella se paró y caminó hacia un
grupo de personas. Por su forma de andar era obvio que estaba ofendida, daba
pasos largos y pisaba el suelo con fuerza. Pero no tenía por qué ser tan dramática,
ella estaba equivocada y eso era innegable.
Volvió con tres chicas. Las dibujé rápida y eficientemente, capté los
rasgos, arreglé mis líneas y hasta me di el lujo de colorearlo.
A las muchachas les encantó y juntaron entre todas la plata para
pagarme.
-Creo que tenés razón.
Me giré hacia Mel que estaba detrás de mí y la miré con gesto acusador.
-Está bien, lo admito no tendría que haberme metido en tu vida.
-Me alegro que hallas recapacitado.
Volví a darle la espalda.
-¿Nada más?
Volteé intrigado no se me ocurría qué más quisiera que le dijera.
-Admito que metí la pata, pero si no fuera por mi nunca la hubieras conocido en primer lugar. Creo que merezco
crédito por eso.
-Es verdad, gracias.
Me sentí mejor porque luego de eso volvió a sonreír.
-Iván.
-¿SÍ?
-Si ayer sabías que no querías hablar sobre Andrea, por qué me esperaste
en la puerta.
Siendo sincero no me lo había preguntado pero de alguna extraña manera
sabía que tenía la respuesta.
-Tenía ganas de seguir charlando, nunca es tiempo suficiente cuando
estoy con vos.
No podía creer que eso lo había dicho yo, pero era difícil mentirle a
Mel. Con cualquier otra persona hubiera mentido, cambiado el tema o simplemente
ignorado la pregunta; pero con ella me era cada vez más difícil engañarla u omitir
cosas.
Noté que se ruborizó y bajó la vista.
Puso su cabeza en mi hombro y permanecimos ambos mirando el piso por
unos segundos.
Me enderecé en seguida cuando vi que una joven estaba esperando en
frente nuestro para poder hablar.
Tuvo que repetir dos veces lo que quería ya que yo estaba algo
distraído. Me fue muy difícil concentrarme al dibujar ya que seguía pensando en
la suavidad del cabello de Melisa sobre mi espalda y en su embriagante perfume
a vainilla.
Ese no fue el único trabajo que me costó por estar distraído, ya que otras tres personas
recibieron un dibujo difuso y estropeado
por mí.
Recién eran las seis de la tarde cuando el parque comenzó a vaciarse.
Aproveché el momento. Le di un lápiz y un papel a Melisa.
-Muy bien Mel, oficialmente empieza tu clase de dibujo.
Asintió con la cabeza.
Nos la pasamos haciendo garabatos toda la tarde. Hicimos figuras
geométricas y mamarrachos, primero quería que no se pusiera tensa y que no lo
pensara demasiado.
-El único gran consejo que te puedo dar es que para aprender a dibujar
hay que aprender a ver, tenés que mirar todo lo que te rodea con atención y
observar cada mínimo detalle.
Cuando me quise dar cuenta ya había oscurecido y era posible que
fuéramos los únicos que quedaban en la plaza.
-Vámonos Mel, ya está oscuro.
Caminamos lentamente pero distraídos con nuestra conversación. Admito
que me asusté cuando de pronto Melisa cayó al suelo. Fue una situación extraña
ya que ella se puso a reír a carcajadas. No sabía si preocuparme y hacerle preguntas
sobre cómo se sentía, porque no quería ser molesto; pero tampoco quería reírme
con ella, para no parecer insensible. En fin, me limité a agacharme y ayudarla
a levantarse.
No paraba de reírse hasta que al pararse lanzó un gemido de dolor.
Examiné su talón y pude ver que estaba morado e inflamado.
Puse su brazo alrededor de mi cuello y la ayudé a llegar a la estación,
donde pudo sentarse un momento para admirar la gravedad del asunto. Todo su pie
se había hinchado y según ella dolía
mucho.
Entró rengueando al tren y por suerte conseguimos asientos.
-Sabías lo difícil que es contactar a una persona que no tiene celular,
ni teléfono de línea.
-Existe el correo-le informe
-¿Enserio? La última vez que envié una carta fue en primaria cuando
aprendimos qué era una estampilla.
-Bueno, vas a tener que practicar.
-Rezá por que la carta llegue a tu casa y no se pierda por cualquier
lado.
-No creo, si ponés bien la dirección no se va a perder.
-Exactamente.
CAP 6
Me acosté agitado, no podía creer que no iba a tener noticias de Melisa
hasta el viernes. La última vez que la vi estaba caminando en un pie, sostenida
de mi hombro. Había tomado el tema con humor, pero pude notar que solo lo hacía
para no preocuparme.
Una gran avalancha de desilusión azotó mi cuerpo cuando no la encontré
en el tren al día siguiente. Por la tarde fui al restaurant para preguntar si
había ido al trabajo y me dijeron que no.
El miércoles en la plaza fue sofocante, hubo una pequeña feria en la que
se juntó un numeroso grupo de personas que como de costumbre me ignoró
completamente. Eran esos los momentos en los que más notaba la ausencia de mi
amiga.
Continué exaltado toda la noche, impaciente por nuestro reencuentro. Me
sentí culpable por no haberla acompañado a su casa, tuvo que bajar del tren y
caminar hasta su casa con un tobillo hinchado. La única razón por la cual la
dejé vagar sola y herida en medio de la noche fue porque ella insistió en que
no era necesario que la acompañara ya que debería tomarme otro tren para volver
a casa, y a pesar de que le dije que no era ningún problema escoltarla a su
domicilio, se negó.
Quería dejar de pensar en ella y sabía cuál era la única manera. Subí
las escaleras hasta mi estudio, me senté, abrí un frasco de acrílicos, y aspiré
ese olor a plástico y madera que solía tener la habitación.
Lo que me encantaba de este lugar era que no existía el tiempo y era
algo que adoraba. A veces me gustaría que el tiempo se detuviera en los
momentos apropiados, para alargarlos y disfrutarlos un poco más. No quería admitirlo pero en mi
mente sabia que uno de los momentos que me hubiera gustado hacer que perduren
era cuando Melisa apoyó su cabeza en mi hombro y dejó caer su pelo en mi espalda. Me gustaba que confiara
en mí, no hay nada mejor que un amigo que esté siempre para ayudar y yo quería
ser eso para ella, un amigo incondicional. Muchos “amigos” en el transcurso de
mi vida me habían traicionado o decepcionado y no sé por qué pero algo en mi
interior me decía que ella no lo iba a hacer.
Caí en la cuenta de que aún estaba frente a un lienzo en blanco y con un
pincel en la mano, así que me puse manos a la obra y pinté por casi tres horas.
Cuando me quise dar cuanta ya era
la madrugada y un hermoso cuadro finalizado esperaba pacientemente a ser
admirado. Me impresionó mucho ver que un rostro similar al de Melisa se
encontraba en él, sinceramente esperaba un resultado muy diferente y fue por
eso que me sobresalté. No estaba prestando mucha atención a lo que hacía y mi
mente seguía preocupada por su salud, así que supongo que tenía algo de sentido.
La noche fue larga, más de lo que me hubiera querido. Mi cabeza estaba
llena de pensamientos y me fue casi imposible conciliar el sueño.
Al día siguiente mi humor había cambiado, estaba a solo un día de volver
a tener noticias sobre Mel y eso me tranquilizaba un poco.
El parque estaba mucho más tranquilo en comparación al día anterior lo
cual hizo que fuera un poco más tolerable. Tuvo tres clientes y uno de ellos se
burló de mi dibujo, pero eso no me afectó. Yo solo contaba las horas que
faltaban para que sea viernes. Era extraño sentirse feliz por la presencia de
otra persona. Si fuera por mí volvería a encerrarme en mi casa y con todos los
materiales de dibujo que tenía no saldría de ahí por otros tres años, pero Mel
requería de mi tiempo y yo estaba dispuesto a entregárselo.
A veces sentía que mi relación de amistad era algo enfermiza ya que no
podía concebir que con tan poco tiempo haya logrado apreciar tanto a alguien,
pero era entendible considerando el largo tiempo que había pasado solo. Hace
mucho que no tenía un amigo y no quería perderlo.
Lo más raro que me paso en el día fue que uno de mis vecinos me saludó,
jamás había hablado con ninguna de las familias de la cuadra y por eso me
llamaba la atención que hasta recordara mi nombre. Trató de entablar una
conversación pero le dije que me encontraba muy ocupado en ese momento y me
dejó irme. No era porque él fuera mala persona, era que simplemente no tenía
ganas de hablar con nadie.
Llegué a casa y en frente de la puerta encontré una carta. Me llené de
regocijo cuando vi quién lo enviaba.
Entré a la sala principal y me senté en el sillón que estaba cerca de la
chimenea, me acomodé y empecé a leer.
“Espero que esta carta te llegue. Solo quería
comentarte que estoy bien. Ya fui al doctor y me dijo que lo de mi pié es un
pequeño esguince, pero tan pequeño que solo voy a tener que estar un día en
cama. Así que mañana no me esperes.
PD: ¡Aprendí a enviar una carta!
No te preocupes, Mel.”
En parte la carta me tranquilizaba, pero por otro lado estaba algo
triste por el hecho de que no la vería mañana y que tendría que esperar un día
más.
Así que me decidí, no la iba a dejar sola.
Miré el sobre y encontré la dirección de su casa, no podía dejarla sin ayuda
alguna en su departamento con un tobillo lastimado. Saldría por la mañana solo
para asegurarme de que no necesitara nada y si ya se sintiera mejor me iría
para dejarla descansar.
De a ratos dudaba. Quizás ella no me quisiera ahí, quizás estorbaría,
quizás ella podría tener compañía. Pero Eso no me importaba, yo iba a estar
allí así ella lo quisiera o no y la ayudaría en todo aunque no me lo pidiera.
Quería ser un amigo incondicional y eso sería.
Me recosté y por primera vez en muchos días dormí tranquilo.
CAP 7
Era extraño ir en el mismo tren de siempre pero para el lado opuesto.
Cuanto más me alejaba del centro de la ciudad las casas se volvían más
coloridas y las veredas más verdes, los árboles más abundantes y más tupidos, los
peatones más escasos y el silencio más envolvente.
Llegué a la dirección indicada que me condujo hasta un hermoso y colorido barrio, yo estaba
frente a un portón verde, en la entrada de un edificio. Busque en el tablero de
timbres a mi derecha el que le correspondiera a ella y antes de que pudiera
oprimirlo, sin pedirme una identificación ni nada, el portero abrió las puertas
frente a mí.
-Hola señor, a quién busca- preguntó el anciano
-Busco a Melisa.
-Ah, la señorita Troque. Sígame joven, por aquí por favor.
Me condujo escaleras arriba, luego atravesando un estrecho pasillo nos
topamos con la puerta del apartamento número 515. Volteé para agradecerle al hombre, pero al darme vuelta ya se
había ido silenciosamente.
Estaba a punto de golpear la madera para que me abriera cuando noté que
estaba abierta. Pasé y caminé suavemente por sobre la basura tirada en el piso
hasta dar con su dormitorio. Al entrar pude ver a Mel en su cama, una
televisión en frente suyo y una gran cantidad de paquetes de papas fritas y pochoclos.
Sus ojos se sobresaltaron cuando me vio, en seguida se enderezó, tiró
los papeles a un pequeño tacho que tenía a su lado y se arregló el cabello
apresuradamente.
-¿Qué haces acá?
Antes de responder me planteé si lo que estaba haciendo era correcto,
después de todo había irrumpido en su casa sin previo aviso.
-Recibí tu carta y quería asegurarme de que estuvieras bien y si
necesitabas ayuda.
-No está bien, me alegra que
hallas venido.
Me acerqué a ella y me senté en el borde de la cama. Estaba muy cansado.
Hacía mucho tiempo que no caminaba tanto. Examiné su pie. Lanzó un pequeño
gemido de dolor cuando toqué su pantorrilla inflamada.
-Perdón.
Le hice un té y la ayudé a llegar hasta el sillón de la diminuta sala
principal, donde vimos películas toda la tarde. Me ofreció pasar ahí la noche y
dijo que el sofá era cama pero rechacé
su oferta amablemente.
Admito que me costó despedirme, no paraba de pensar en lo que pasaría al
día siguiente. Le pregunté si quería que fuera al día siguiente por si llegara
a necesitar algo, al principio se negó diciendo que no quería hacerme viajar
tan lejos pero en cuanto le dije que no había ningún inconveniente acepto sin
divagar.
Así es que me fui. Me preguntaba qué hubiera pasado si hubiera aceptado
su propuesta de dormir ahí. Habríamos visto películas, habríamos cenado mientras
contábamos chistes y habría podido asegurarme de que estuviera bien a la mañana
siguiente.
Llegué a casa sin apresurarme, me tomé mi tiempo y admire con lujo en detalle
todo lo que me rodeaba.
Una luz intermitente iluminaba mi
habitación, los papeles que yacían en mi cama formaban figuras tenebrosas que
se movían con las sombras al compás de las intermitencias. Estaba muy cansado.
Junté todo eso en una pila de hojas de diferentes tamaños y la apoyé en un escritorio
de roble que estaba a mi lado.
Me puse una camiseta vieja, que ni siquiera podía llamarse piyama por el
horrible estado en el que se encontraba, y me sumergí en la comodidad de mis
sábanas. Los músculos de mis piernas se relajaron y sentí como la suavidad del
colchón me quitaba un peso de encima.
Las maderas del techo crujían cuando eran azotadas por las ráfagas de
viento. La mayoría de las personas encontraría incómodo dormir con ese
estruendoso crujido pero de alguna extraña manera yo lo encontraba agradable y
hasta casi necesario.
Me volteé enredándome en las frazadas y miré el reloj de la cómoda. Eran
las doce de la noche y no me sentía para nada cansado, es más me sentía
nervioso. Por alguna razón me sentía confundido en muchos aspectos de mi vida.
Demasiadas cosas pasaban por mi cabeza. Preguntas y respuestas, situaciones,
momentos. Pero había algo de lo que
estaba seguro, esta iba a ser una larga noche.
CAP 8
Abrí los ojos con gran dificultad, la luz que se infiltraba por las
cortinas inundó la habitación con un tinte anaranjado. Me senté. La cabeza me
daba vueltas y sentía como si mi cuerpo fuera más pesado de lo normal. Arrastré
mis pies por las escaleras hasta el comedor. Debía pagar el precio de tener mi
alcoba en un segundo piso.
Fui hasta el despenciero y saqué una tostada del paquete del cual las
sacaba todas las mañanas, llené un vaso con la misma leche, con fecha de
vencimiento dudosa, como siempre y tomé mi desayuno en silencio mientras me sentía
ahogado en la rutina.
Al salir a la calle una ola de frío me arremetió, los sonidos de la
calle me taladraron los oídos y el contraste climático se hizo notar en mi piel
de gallina. A medida que me acercaba al centro de la ciudad los edificios a mí
alrededor iban aumentando considerablemente su tamaño, las taxis comenzaban
a predominar en las calles y el aire se volvía cada vez más difícil de
respirar.
Cada vez que daba un paso sentía que la estación estaba más lejos.
Al llegar a la casa de Melisa el portero volvió a recibirme con una
sonrisa y me acompañó una vez más hasta la habitación 515.
Cuando entré la vi en la cocina, sentada, tomando un té con los ojos
entrecerrados y los cabellos alborotados. Nunca la había visto despeinada, era
extraño, sus mechones verdes se entrelazaban con los negros y el resultado era
una melena negra con destellos esmeralda.
Lentamente giró su cabeza hacia mí y cuando nuestras miradas se
encontraron sus ojos se abrieron de par en par.
Lanzó un grito de felicidad, corrió y me abrazó. Se abalanzó hacia mí
con tanta fuerza que me tambaleé perdiendo el equilibrio. Ambos quedamos contra
la pared, yo la estaba rodeando con los brazos para que no se callera y ella
estaba aferrada a mi cuello con la cabeza agachada contra mi pecho. Estuvimos
un momento en esa posición hasta que yo la alejé un poco para verle la cara,
sin soltarla en ningún momento.
-¿Estás bien?
Ella continuaba con los ojos
fuertemente cerrados con una expresión de dolor. Presionó su cuerpo contra el
mío y volvió a agachar la cabeza.
-Perdón, no quería empujarte…es que…había olvidado lo mucho que me dolía el pie, no tendría que
haber hecho ese movimiento-Levantó la vista y me miró en modo de súplica- ¿Me
llevarías al sillón por favor?
Con un poder que ni siquiera yo sabía que tenía la alcé y la dejé
suavemente en el sofá.
-Te pido disculpas nuevamente, espero no haberte lastimado.
-Sinceramente Mel, la que me preocupa que se halla lastimado sos vos.
Me sonrió y frotó su pie con expresión adolorida.
Me levante y fui a la heladera, tomé un poco de hielo, lo envolví en un
trapo y lo puse en su tobillo. Me devolvió una amable sonrisa y se ocupó de su
herida.
Pasé el resto del día con ella, cociné un estofado y continuamos viendo
las películas que dejamos el día anterior.
-No pensé que ibas a llegar tan temprano.
La cabeza de Mel estaba en mi hombro, ambos estábamos en el sillón
viendo Franquenstein.
-No miré la hora cuando salí.
-Aun así me alegra que hallas venido, todavía no me acostumbro a estar
sola. Hace solo tres semanas se fue mi compañera.
-¿Vivías con alguien?
-Sí, con tu enamorada.
Pegué un salto y la miré desconcertado.
-Andrea-dijo ella con un tono pícaro.
Me relajé, y volví a sentarme contra el respaldo, Mel volvió a
acurrucarse a mi lado.
-Hablando de Andrea…
-Mel, por favor, sin comentarios.
-Podríamos llamarla para que venga con nosotros a la plaza mañana.
-¿Nosotros? ¿Qué te hace pensar que vas a salir mañana?
-Si tuve la suficiente fuerza como para tirarte, creo que puedo caminar
un par de cuadras.
Su mirada desafiante era imposible de contradecir. No me estaba pidiendo
permiso. La ignoré y continué mirando la televisión. Ella resopló y se
enderezó.
-Para que sepas me debés una clase de dibujo.
-Es verdad ¿Tenés papel?
-Si en mi habitación, en el escritorio blanco.
Me levanté y fui a buscarlo. Su pieza era blanca y todos sus muebles de
madera, en el escritorio había un par de fotografías. Una era de una niña con
un vestido rosado con una canasta de pétalos. La otra era de dos chicas, Andrea
y ella, Melisa aun no estaba teñida y su pelo era mucho más corto. Estaba
irreconocible. Ambas tenían puesto un uniforme gris y una mochila al hombro.
-Esa es de mi último día en la escuela y la otra fue en el casamiento de
mi prima.
Me sobresalte al escuchar su voz. Ella se encontraba con los brazos
cruzados apoyada en el umbral de la puerta, pero a causa de la luz que venía
del living solo podía notar su silueta.
-yo…yo solo estaba buscando…
-Está bien.
Se acercó rengueando y abrió el cajón de la mesa y sacó unas
hojas, después abrió otro cajón y sacó una pequeña cajita de lata de color
beige.
-Vamos.
Su tono de voz era seco. Definitivamente no quería que yo estuviera
ahí.
Ya en la sala de estar dibujamos un rato, le di algunos consejos
y charlamos un poco. Mis párpados se caían, ya estaba cansado, anoche me había
acostado tarde y hoy me había levantado temprano, sin contar todo lo que había
viajado para llegar hasta allá.
-Voy a hacer un poco de té, esperá un ratito.
Me senté a esperar. Mientras tanto me puse a contemplar la bella
decoración de su casa, pero cada vez me costaba más mantener los ojos abiertos.
Así es que cerré los ojos un segundo.
CAP 9
-Iván ¡Iván!
Los enormes ojos de Melisa me miraban fijamente. Estaba tan
cerca de mí que podía sentir su respiración chocando contra mi cara. Continuaba
con una expresión de intriga y comenzó a mover mi brazo de un lado al otro. Me
senté, algo mareado, y comencé a mirar mi entorno. Aún estaba en su casa.
-¿Qué hora es?
-Las siete de la mañana.
-¿Me quedé dormido?
-¿Qué te parece?
Tenía razón, la respuesta a mi pregunta era bastante obvia. Aún
así necesitaba saber que era lo que había pasado.
-Fui a hacer un té y cuando volví te habías dormido, no iba a
despertarte.
Mientras me hablaba me acercaba una taza de café. Me sentía muy
avergonzado, era la primera vez que me pasaba algo así. No sabía cómo disculparme
después de lo que había hecho, pero ella no le dio importancia al asunto.
-¿Vamos a la plaza?
-Melisa…
-Yo insisto, ya no me duele, mirá-puso su pie sobre el sillón y
comenzó a moverlo en círculos.
Estaba a punto de decirle que no, pero no pude negarme al ver
todo su entusiasmo. Acepté y en seguida salimos rumbo a la estación.
En el tren nos la pasamos haciendo críticas sobre las películas
que habíamos visto ayer. Al llegar al parque todo estaba gris y sombrío, la
única persona que destacaba en la multitud era ella. Su pelo, su vestido
violeta, sus ojos y su vitalidad. Jamás había tenido una amiga y menos una que
fuera tan opuesta a mí.
Una voz del otro lado de la fuente nos llamó. Andrea estaba acá.
Me ruboricé y mi corazón comenzó a acelerarse. Melisa tomó mi mano y la apretó
mientras me susurraba que me tranquilizara.
-Hola chicos, hacía tanto que no los veía.
Me sentía algo mareado y no sabía si era por su estrepitosa voz,
su fuerte perfume o por el simple hecho de que no había dormido mucho.
Melisa contestó por mí al notar que había quedado atónito.
-Esperen un segundo, los chicos están por allá. Voy a llamarlos.
Tratamos de parecer tranquilos un momento hasta que Andrea
estuvo lo suficientemente lejos.
-No puedo ayudarte mucho si cada vez que la veas te vas a quedar
paralizado.
-No puedo creer que la hallas llamado.
-¡Yo no la llamé!
-Pero sabías que iba a estar acá.
No me respondió, se limitó a desviar la mirada y aparentar
frialdad.
A lo lejos se acercaba un grupo de jóvenes, el mismo que había
visto cuando fuimos al teatro.
Una vez que llegaron comenzaron a saludarnos uno por uno.
-¿Mel donde habías estado? Tratamos de comunicarnos pero nos
resultó imposible.
-Perdón estuve algo distraída en la semana.
Apenas dijo eso todas las miradas se posicionaron en mí. Supongo
que creían que yo había sido esa distracción. Ahí fue cuando noté que aún
seguíamos tomados de la mano, traté de soltarme pero ella me sujetó con más
fuerza.
-Vamos a caminar por la ciudad ¿Vienen?-El muchacho rubio que el
otro día se había presentado como Marcos
se acercó a ella.
-Sí, claro.
Una vez más respondió por mí.
-Adelántense, ya vamos.
El grupo comenzó a caminar dejándonos solos.
-Si me soltás me voy a caer.
Melisa puso su brazo alrededor de mi cuello al tiempo en que yo
rodeé su cintura con el mío. La acompañé hasta la fuente donde se sentó y lanzó
un gran resoplido.
-Te dije que no estabas lo suficientemente bien como para salir.
Ella desvió la mirada y se paró. La sostuve antes de que se
callera pero ella se resistió a mi ayuda.
-Vamos, nos están dejando atrás – me miró y agregó- No les digas
que estoy así, me van a decir que me vuelva a casa y esta salida es importante
para mí.
No pude hacer nada contra su mirada suplicante así que dejé que
se sostuviera de mi brazo para seguir a sus compañeros.
Cuando nos acercamos oímos que hablaban de lo que harían al día
siguiente. Comentaban que habría una obra de teatro en la que participarían y
cada uno comenzó a hablar sobre su personaje. Melisa se acercó a ellos y se
quedó charlando sobre la historia. Todos caminaban uno al lado del otro
ocupando toda la vereda, y yo los miraba unos metros más atrás.
-Si querés podés venir.
Andrea se había dado la vuelta y se acercaba a mí.
-Espero que puedas asistir, que no estés ocupado.
-No lo estoy.
-Por cierto ¿De qué trabajas?
No sabía que responder. No estaba seguro de que si lo que yo hacía era
considerado un trabajo.
-Iván es un pintor.
Mel se había acercado hacia nosotros y me había salvado, una vez más.
-Que impresionante ¿Me harías un retrato?
No podía creer que ella
me lo hubiera pedido, había querido dibujarla desde que la había visto aquel
día en el tren. Pero ahora ella estaba hablando con migo y me lo estaba pidiendo cara a cara.
Acepté de inmediato.
Una vez que la charla fue
más tranquila Mel se fue.
Hablamos de su papel en la obra de mañana y de su vida, de su casa, de
su gato y de muchas cosas más pero lo más importante fue cuando al final de
todo me invitó a comer algo después de la función. Sin duda le dije que sí.
Quedamos para cenar en un café para celebrar el estreno.
Nos la pasamos conversando el resto del día hasta que Cristian pidió un remís para el resto de los chicos. Se ofreció a llevar a
Melisa, había estado toda la tarde siendo demasiado caballeroso con ella. Pero
Mel se negó, dijo que yo ya me había ofrecido para acompañarla y que no quería
decirme que no.
Todos se fueron, todos excepto ella.
-No recuerdo haberme ofrecido para llevarte.
-¿Es mucha molestia?-se sostuvo de mi brazo y comenzó a arrastrar el
pie-¿Podríamos parar en esa banca?
La ayudé a sentarse y ella apoyó su pie en el asiento.
-Admito que aguantaste bastante.
-Gracias.
-Entonces…
-¿Entonces qué?
-¿Por qué fingiste que me había ofrecido a acompañarte?
-Ah, quería saber lo que pasó en tu conversación con mi amiga. Más que
nada por la cara que pusiste cuando se fue.
Siempre que hablaba de Andrea hacía la misma sonrisa pícara.
-Nada que te incumba-dije siguiéndole el juego.
-Ah- suspiró ofendida- Traidor.
Hiso una mueca y ambos nos pusimos a reír.
-Felicidades- dijo al fin.
CAP 10
Anoche había arreglado con Mel
para ir juntos al teatro ya que yo no tenía idea de donde quedaba. Salí bien
temprano para la estación, para poder encontrarnos en la plaza.
Al llegar a la fuente ella ya estaba ahí, esperando. Llevaba una gran
bolsa violeta que cargaba con gran dificultad así que lo primero que hice fue
ofrecerme a ayudarla.
-¿Qué es eso?
-Ah, es mi vestuario.
-Pensé que todo lo brindaba la escuela.
-Lo hace, solo que me lo llevé a casa para hacerle algunos detalles.
Fue bastante difícil llevar eso hasta la estación y lo fue aún más
meterlo en el vagón.
El bamboleo del tren nos hacía casi imposible mantenernos de pie, por lo
que estuve atento para ver si algún asiento se desocupaba. Cuando la mujer que
estaba sentada a mi lado se paró no dudé un segundo en ofrecérselo a Mel.
Caminamos nueve cuadras y cada una parecía más larga que la anterior,
pero al llegar me di cuenta de que cada paso había valido la pena.
Jamás había estado en un teatro como ese. Había luces por todas
partes, las personas desbordaban de las butacas y el escenario resplandecía. Me
despedí de Melisa en la puerta ya que ella tenía que entrar por la parte de
atrás. Si bien nunca era lindo despedirse, estaba muy feliz por haber soltado
ese pesado bolso.
Me envolví en la comodidad de mi asiento y disfruté del silencio que
inundaba las plateas. Luego de unos diez minutos un hombre bastante bajo,
elegante y canoso salió por detrás del telón.
-Bienvenidos, a la muestra anual de la universidad central de artes
dramáticas de Buenos Aires.
Anunció que se iban a presentar dos obras. La primera iba a ser un
drama interpretado por el grupo de Mel y el segundo iba a ser un monologo de un
estudiante destacado del año superior.
De pronto el telón se abrió y el escenario se ilumino. Había comenzado
la función. Era la típica historia, había una mujer con un romance prohibido y
una familia disfuncional con odio y rencor escondidos. Bastante aburrido. Lo
único que hizo que me quedara fue la fantástica actuación de Melisa. Fue muy
difícil identificarla ya que llevaba puesta una peluca rubia para esconder su pelo
teñido. Estaba irreconocible. En una escena, ella lloraba. Lo hizo
espectacular, me estremecí al verla así. Sabía que estaba actuando pero parecía
tan real.
El resto de sus amigos no actuaba tan bien. Andrea era muy
sobreactuada, parecía que forzaba mucho su papel. Cristian se notaba muy
nervioso. Marcos parecía divagar a la hora de decir su diálogo y los demás
pasaban desapercibidos.
Luego empezó el monólogo en el que actuó un muchacho. Lo hacía
bastante bien, hablaba de un científico que estaba a punto de suicidarse y
planeaba su testamento. El chico llevaba un traje gris y la escenografía lo
ambientaba en una habitación antigua. Me pareció una historia muy interesante y
una gran interpretación.
Cuando termino todo fui hasta el camerino de Mel, luego de haber
peleado mucho con el guardia de seguridad.
-Qué lindo lugar, no pensé que sería tan grande.
Al escuchar mi voz se dio vuelta y se paró con una gran sonrisa.
-¿Qué te pareció?
Antes de que pudiera
responderle una persona irrumpió en la habitación.
-Magnífico Melisa, espléndido.
El chico de la clase superior. Me asombré al ver su verdadero cabello,
era violeta, ahí fue cuando me di cuenta de que era obvio que había estado
usando una peluca para su personaje.
Al oír sus halagos Mel se ruborizó y caminó hacia él lentamente. Se
dio vuelta hacia mí y nos presentó.
-Sebastián, él es Iván. Un amigo.
El me miró con desdén y se volvió hacía la puerta. Se fue por un
segundo y después volvió con un enorme ramo de rosas. Se lo entregó a ella y le
hizo una pequeña reverencia, tomó su mano y la besó.
- pour vous manquer- Sebastián abandonó la habitación dejando a Mel
atónita.
-¿Ya se conocían?
Le costó volver en sí pero enseguida respondió.
-Lo había visto un par de veces en los pasillos pero hablé muy pocas
veces con él, una vez fue mi tutor.
-¿Cuántos años tiene?
-Veinte
No podía decirle nada, tenía ganas de hablar mal de él, pero no se me
ocurría nada.
-¿Y?
-¿Y qué?
-¿No vas a ir con Andrea?
La miré desconcertado.
-Tu cena es hoy.
No lo podía creer, había salido de casa tan temprano que era imposible
que ya fuera de noche. Me acerqué a la pequeña ventana que estaba al lado del
armario y vi como la ciudad que había atravesado esta mañana ya se encontraba a
oscuras ¿Cuánto tiempo había estado en el teatro?
-¿Estas nervioso?
-No, no tengo por qué estarlo, es solo una cena.
Mel me miro como si estuviera tratando de creerme y no pudiera. Me
despedí y fui hacia el hall para encontrarme con Andrea. Ahí estaba, llevaba un
enorme saco blanco. Me acerqué a ella y la saludé. Pedimos un remís para que
nos llevara. Ella estaba hermosa.
Una vez que llevamos, luego de que el remisero se llevara casi toda mi
plata solo por unas cuantas calles, pedimos una mesa y unos fideos.
-Me encanta este lugar.
Yo lo odiaba.
-Si, a mí también me encanta.
-Hablame de vos.
Eso hice. Obviamente con algunas omisiones. Tampoco quise dar muchos
detalles sobre los días que pasé ayudando a Mel ya que ella me había dicho que
muchos de sus amigos desconfiaban de mí. Después ella me contó acerca de su
vida. Estuve en problemas cuando me preguntó qué opinaba sobre su actuación, no dije nada concreto
sino que lentamente desvié el tema hacia el monólogo de Sebastián.
-Escuché que es una persona bastante excéntrica, que sabe francés,
italiano e inglés y que recién es su
segundo año estudiando.
Lo decía con indiferencia pero con un poco de admiración. No podía parar de pensar en la expresión de
Melisa cuando recibió el ramo de flores. Por qué lo admiraba tanto, ella
actuaba mucho mejor. Estaba muy enojado.
-¿Iván, me estás escuchando?
Volví a la realidad.
-Sí, sí, solo estoy algo distraído.
-Entonces cuándo.
-Cuándo qué.
-Lo que te acabo de decir ¿Cuándo voy a tu casa para el retrato?
Lo había olvidado por completo,
no se me ocurría en qué fecha podía tener mi
casa presentable. Pero ella
estaba esperando mi respuesta.
-El viernes.
-Emm…creo que no tengo nada que hacer el viernes, entonces el viernes será.
La cena no duró mucho. Brindamos por su actuación y la acompañé hasta una remisería. No había aprovechado esta
oportunidad, estaba muy emocionado por estar con ella pero cuando estábamos
juntos mi cabeza estaba en otra parte.
CAP 11
La plaza se encontraba algo vacía hoy, quizás era porque había llegado
más tarde y me había perdido el horario en que las personas iban a trabajar y
quizás por eso no encontré a Melisa en
el tren.
Como siempre me puse a dibujar mi paisaje. Me encantaba dibujar el
mismo lugar desde la misma posición siempre que venía porque en mi casa había
pegado en una pared todos los dibujos de la plaza y cada uno era único.
Una pareja de ancianos se acercó a mí.
-Hola jovencito.
El hombre me dio un billete y se alejó, se sentó con su mujer en un
banco y me hizo una señal para que empezara a pintar. Los retraté con mucho
entusiasmo, muy poca gente se quedaba así de quieta. Una vez que se lo entregué
ambos me sonrieron.
-¿Por qué estás haciendo esto en la calle?
-No tengo otra opción señora, tengo que empezar desde abajo.
-Un joven como vos debería tener un estudio de arte no un rincón en la
plaza.
Volvió a sonreír, pero esta vez
fue una sonrisa melancólica. Luego tuve otros tres clientes pero las palabras
de esa mujer dieron vueltas por mi cabeza toda la tarde.
Volví a mi casa temprano, por alguna extraña razón la plaza se vació
antes de lo habitual. Antes de pasar el enorme y abandonado jardín para entrar
en mi mansión encontré un pequeño sobre. Esperé a estar frente a la chimenea
para abrirlo.
Ni siquiera fue necesario revisar la dirección del remitente para
saber quién lo había mandado. En el interior había un enorme dibujo hecho con
carbonilla. Era un hermoso paisaje lleno de nieve y un lago congelado. Debajo
de todo, con una caligrafía muy descuidada, estaba escrito:”Mejoré”
Esbocé una pequeña sonrisa. Se había esforzado muchísimo y podía
notarse su gran progreso. Sus líneas eran más definidas, sus figuras más dinámicas,
sus proporciones más perfectas y su pintado más realista. Estaba muy orgulloso
de mi alumna.
Luego un pensamiento llevó al otro. Comencé a pensar en Mel, no me
acordaba la última vez que la había visto, pensé y pensé. En el camarín. Traté
de recordar lo que había pasado la última vez que estuvimos juntos y ahí fue
cuando lo recordé a él. Sebastián. Andrea había hablado muy bien de él y Melisa
lo admiraba, todos le tenían cierto respeto ¿Por qué? Si bien era muy bueno
actuando, Mel le llegaba a los talones y era un año menor. Podría ser por la
edad. No. No era el único de veinte años. Quizás era por su aspecto, cuando lo
vi sin su disfraz parecía algo gótico. Seguramente no era por eso, Mel también
tenía un estilo de vestimenta parecido y no eran los únicos.
En fin, tenía ganas de saber más acerca de él. Me intrigaba la manera
en que la hipnotizaba.
Caí en la cuenta de que era inútil divagar acerca de eso porque nunca
obtendría la respuesta si no le preguntaba a ella. Por lo tanto me dirigí a
cenar, dibujé un rato y me fui a acostar. Todo intento de dormir fue en vano,
muchas ideas penetraban mi cráneo dificultándome pensar. Sentía un dolor punzante en la cabeza. Cerré
los ojos y…nada. El día siguiente fue igual de aburrido, Mel no pudo venir a la
plaza porque se iba a estudiar a la casa de Patricia. Así que no tuve otra cosa que hacer que
sentarme en la fuente y sumergirme en la rutina.
CAP
12
Al día siguiente moría de ganas de subir al vagón del tren y dejar de
inhalar ese aire seco y filoso. Sus
puertas se abrieron frente a mí expidiendo un hermoso aroma metálico. Entré y
me senté contra la empañada ventanilla, me sobresalté cuando de pronto Mel se
sentó a mí lado.
-Tengo muchas cosas que preguntarte.
Estaba muy cansado y escuchar su fuerte tono de voz me exaltó. Me
volteé hacia ella.
-Que cara de dormido-dijo haciendo una mueca exagerada.
Traté de sonreír pero lo único que pude logré fue hacer un gesto
extraño que terminó con un bostezo.
-¿Cómo la pasaste en tu cena?-agregó con su sonrisa pícara.
-Bien, supongo.
Una ráfaga de incomprensión cruzó por su rostro y luego, enojo.
-Lograste que te hablara, que te conociera un poco, cenaste con ella
y ¿¡Solo estuvo bien!?
-No creí que te enojaría tanto.
Me encogí de hombros. Ella respiró profundo.
-No, está bien perdón. Solo creí que te emocionarías más. Noté algo de
decepción en su voz.
Silencio.
-¿Y vos que hiciste ayer, no te vi en la plaza?
Bajó la mirada y se ruborizó.
-Salí con alguien…
Un solo nombre vino a mi cabeza. Rogué por que no fuera él.
-¿Con Sebastián?
Me miró asombrada.
-¿Cómo lo sabías?
-Se nota que te cae bien.
Nadie habló por el resto del viaje. Después cada uno siguió su
camino.
Sinceramente no se cuantos clientes tuve ese día, estaba muy molesto.
Había algo en Sebastián que no me agradaba y no lo había conocido lo suficiente
como para saber qué.
Llegué a Richo´s bien temprano, me senté en la misma mesa en la que
me había sentado la última vez y aguardé a mi amiga.
Mel salió disparada de la cocina haciendo flamear su vestido amarillo
que resaltaba entre tantas personas de etiqueta. Pegó un salto y calló en el
asiento.
-Perdón, no quiero molestarte, no quiero que desperdicies tu
descanso.
Me apenaba saber que utilizaba sus únicos minutos libres para charlar
conmigo.
-No digas eso, no es por vos. Es que hicimos lio en la cocina y había
que despejar la escena del crimen.
Lancé una carcajada, no sé si por lo que comentó o por los gestos que
hizo al decirlo. Cuando levanté la vista su sonrisa traviesa aun estaba ahí.
Una camarera nos observaba con paciencia.
-¿Qué van a pedir?
-Lo miso de siempre Ana- añadió ella sin apartar la mirada de la
puerta de la cocina.
La muchacha asintió con la cabeza y se fue dando pequeños saltitos.
-¿Qué tan seguido comés ravioles?-pregunté con curiosidad.
-Siempre.
Un hombre alto y escuálido salió de la cocina con el seño fruncido y el rostro rojo de
cólera, observando a cada una de sus empleadas con ira. Mel escondió la cara
entre las manos y se puso a reír.
-¿Qué fue lo que hicieron?
-Estábamos ayudando a Fabio, que es el hombre que siempre trae las
frutas y verduras. Nos dijo que una de las cajas estaba algo rota, pero no le
hicimos caso y la sostuvimos entre cuatro. El problema fue que cuando nos dimos
cuenta de que teníamos la caja fallada. Ya era tarde.
-¿Qué había pasado?
-Toda la carga calló sobre el auto de Larry, el es el hijo del jefe.
No sabía si reírme o preocuparme.
-¿No van a tener problemas con eso?
-Quizás- No le estaba prestando mucha atención al tema, comenzó a
mirar a su alrededor y lego concentró su mirada fija en mí como si tratara de
recordar algo-En fin ¿En qué estábamos?
Abrí la boca para decir algo, cuando ella me interrumpió.
-Ah sí, hablábamos de tu cita…-Le lancé una fuerte mirada- perdón, de
tu cena con Andrea.
-En realidad ya habíamos terminado con ese tema, lo que yo quería
saber es qué pasó con Sebastián y vos.
-No pasó nada, en realidad solo tomamos un helado y charlamos. Es muy
divertido.
Traté de aparentar alegría, pero me fue imposible.
Estar aislado de la gente me
había enseñado a mentir y disimular. Pero siempre que hablaba con Mel, por
alguna extraña razón, solo podía decir la verdad. Antes no me costaba tanto ocultarle
cosas, pero cuanto más tiempo pasaba con ella más difícil se me hacía no ser
sincero.
-Ese tipo me cae mal, no sé por qué.
Una extraña emoción cruzó por su rostro. Una mezcla de decepción,
confusión y tristeza. Tuve que cambiar el tema.
-Por cierto me encantó tu dibujo- dije tomando un pedazo de pan del
pequeño canasto de la mesa ¿Cuándo llegaría nuestra comida?
Se ruborizo.
-Aprendí del mejor.
-Aunque le faltaba algo de simetría- añadí algo divertido
-Presumido- dijo regañándome con la mirada.
-Mel, tengo que pedirte un favor.
Alzó la vista intrigada. Había agarrado un enorme bocado por lo que
su expresión me resultó muy graciosa.
-Invité a Andrea a venir a mi casa el viernes pero no estoy
acostumbrado a recibir visitas, y quería saber si podías ayudarme a
acondicionar un poco el lugar. Si no te molesta.
-Me encantaría.
Continuamos comiendo y hablando de la obra del otro día. Le comenté
que su actuación era la que más me había gustado. A excepción de la de
Sebastián, pero no quería contárselo. Una de las pocas cosas que podía
ocultarle.
Me contó lo nerviosa que estaba ese día y lo incómodo que era su
disfraz. Dijo que había sido muy extraño verse al espejo con el pelo rubio,
dijo que ya estaba demasiado acostumbrada a ver su cabello teñido. Que era lo
más normal.
No pasó mucho tiempo para que una de sus compañeras viniera para
anunciar que el descanso había terminado.
-Yo me quedo-dije con determinación.
Mel me miró extrañada.
-¿Estás seguro?
-No voy a dejar que te pase nada, sos mi socia. Si no llegás a ir más
a la plaza mi negocio se va a fundir.
Sonrió.
-No quiero que tu “negocio” se funda.
Me quedé en la mesa mientras ella seguía sirviéndole al resto de los
comensales. De vez en cuando pasaba a mi lado y sonreía o se acercaba y
preguntaba: “¿Quiere algo señor empresario?”. Entonando la palabra empresario
con ironía.
Cuando su turno terminó fuimos hasta la estación hablando de
cualquier cosa. Ya en el tren la conversación se tornó menos superficial.
-El otro día una anciana me preguntó por qué no tengo un estudio de
arte.
Mel me miró, sin comprender hacia donde se dirigía mi comentario.
-Lo que quiero decir es que… eso me hizo pensar ¿Por qué no?
-¿Nunca te lo habías planteado, nunca te dijiste: “Por qué estoy acá
si yo puedo hacer algo mucho mejor que esto?”
-No, nunca me lo había preguntado. Hasta ahora.
Hubo un pequeño silencio. Ambos nos sumimos en nuestros pensamientos,
con nuestras miradas en la ventanilla, pero nuestras cabezas en otra parte.
Ella fue la primera en hablar.
-Iv- supongo que era un diminutivo de Iván- ¿Por qué estuviste tanto
tiempo lejos de las personas y la tecnología?
Vacilé un poco antes de contestar. Era la primera vez que alguien era
tan directo al preguntármelo. Cuando mis “amigos” querían tratar el tema jamás
lo preguntaban así. Siempre trataban de dar indirectas o dejarlo implícito.
Sabían lo poco que me gustaba hablar de aquello. Pero no sabían por qué.
-Me deprimí, no soportaba que alguien me dijera que no había hecho
algo bien.
Una vez más inevitablemente escupí las palabras una tras otra, sin
poder ocultar nada.
-No me gustaban…no me gustan los retos. Me hacen sentir impotente.
- Si pero, todos nos deprimimos o nos sentimos impotentes en algún
momento. Pero, qué te hizo llegar a ese extremo.
Con cada respuesta me sentía más vulnerable.
-Un día… no recuerdo cuando-mentira- Una familia muy rica me pidió
hacerles un retrato y después de lo mucho que me había costado, todo el
esfuerzo que había puesto en esa simple pintura, después de todo el tiempo que
invertí…-Respiré hondo. No me había dado cuenta de que había levantado el tono
de voz, casi estaba gritando. Inhalé nuevamente-Me abuchearon y se aseguraron
de que todo el mundo supiera el fracaso que era como pintor.
Me conmovió la expresión compasiva de Mel. Se inclinó hacia mí y tomó
mi mano.
-No sos un fracaso.
La verdad era que antes yo tenía más confianza en mí mismo, pero me
habían dicho lo contrario tantas veces que llegué al punto de creerlo. Emilio
no estaba muy a favor de que yo dedicara mi vida al arte y convenció a mi madre
de que era una pérdida de tiempo y que no era productivo. No estoy seguro de que
yo no pensara eso también, pero lo que importaba no era su productividad sino
el hecho de que pintar me llenaba de alegría.
Cuanto más tiempo pasaba más indispensable era el arte para mí, ya no
me llenaba solo de felicidad sino de todo lo que me hacía falta. Y me sentía
tan vacío que dibujar era como respirar, ya no podía vivir sin ello.